Gran-Guerra-Patria
EN EL DÍA DE LA VICTORIA
Marco Robles López
Cada 9 de mayo, primordialmente en el vasto territorio de la Federación Rusa, pero también en las otras 14 repúblicas que conformaban la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, o más simplemente, Unión Soviética, se conmemora, con irrenunciable devoción patriótica, el Día de la Victoria sobre las potencias del Eje Italia-Alemania-Japón, en la terrible guerra que se prolongó desde 1941 hasta 1945, cuando la Alemania nazi firmó la rendición incondicional ante el legendario estratega soviético, el Mariscal Georgi Konstantinovich Zhúkov, de quien el Nobel de Literatura, Mijaíl Shólojov, afirmó que era el gran adalid de la legendaria Escuela (Militar) de SUBÓROV, mientras el no menos famoso General norteamericano, Dwight David Eisenhower, manifestó que las Naciones Aliadas que combatieron contra las fuerzas nazi-fascistas y el militarismo nipón, a nadie deben tanto, como al Mariscal Zhúkov.
G. K. Zhúkov perteneció a una generación de ilustres militares soviéticos, como K. K. Rokosovski, I. C. Kónev, A. M. Vasilievski, I. J. Bagramián, etc., etc.
La desaparecida URSS fue la que soportó las mayores pérdidas en vidas humanas, en sus vastas fronteras, en sus campos y ciudades, como Volgogrado (antigua Stalingrado), en donde los combates empezaron en IX–1942 y concluyeron en II-1943, con un trágico saldo de más de 640.000 soviéticos muertos y 1.500.000 nazis, lo que determinó el gran viraje de la guerra a favor de los Aliados. El 31 de enero de 1943, capituló el general Paulus, junto con 24 generales y 100.000 soldados.
En general, en el vasto territorio soviético, en sus mares y en el espacio aéreo, se produjeron los enfrentamientos más grandes de la II Guerra Mundial, que decidieron el destino de la humanidad, primordialmente de los pueblos de Europa Oriental: de los aprox. 50 millones de vidas humanas que se perdieron en esa espantosa conflagración, ¡27 millones correspondieron a soviéticos que ofrendaron sus vidas por la libertad en esa “Gran Guerra Patria”!, sin ninguna duda el mayor sacrificio por la libertad de los pueblos; a más de esos millones que ofrendaron subida por la libertad, otros millones de combatientes soviéticos quedaron mutilados, millones de adolescentes experimentaron la amargura de la orfandad; millones de esposas soportaron el dolor y el pesado fardo de la viudez; únicamente el bloqueo de la heroica Leningrado, actual Petrogrado, causó más de 641.000 víctimas, como consecuencia de dicho bloqueo, que significó el hambre, las enfermedades y el glacial frío; decenas de miles de personas murieron por inanición, durante el tiempo que duró la evacuación. De los aprox. tres millones y poco más de habitantes que tenía la ciudad en 1939, como consecuencia de la guerra y la ocupación nazi, la población se redujo a poco más de 800.000 personas. A fines de 1976, tuve la oportunidad de visitar el enorme cementerio en donde reposan los restos mortales de aprox. 600.000 personas. Me sentí profundamente conmovido y creo que nunca se borrará esa impresión de mi memoria, mientras viva. En general, ciudades y campos fueron arrasados, igual que fábricas e instituciones de educación, edificios públicos, casas de salud, vías de comunicación, campos de cultivos, koljoses y sovjoces (granjas estatales). Los daños fueron gigantescos. Por todo lo expuesto, al heroico pueblo soviético, singularmente al de la actual Federación Rusa, le asiste toda la razón para llamar a esa conflagración, que no tiene parangón en los anales de la historia, la Gran Guerra Patria.
Prácticamente no existe familia en Rusia que no haya tenido algún miembro que participó en la Gran Guerra Patria, o que no haya perdido algún pariente. Los progenitores de mi esposa, Zaituna Ismaílovna Bykbaeva y abuelos de Vladímir Espartaco y Zobeida Yaroslava, provenientes de la llamada Diáspora Tártaro-Bashkiria (Según el libro “Tártaros en el norte de Kazajstán -Historia y contemporaneidad-. Ed. “Norte de Kazajstán”, Petropávlovsk, 2004), también combatieron en la Gran Guerra Patria y constan en dicho libro, en la lista de quienes sobrevivieron, páginas 191-201: Sofía N. Abúsheva (al casarse, Sofía N. Bikbaeva) (Petropávlovsk, octubre de 1923 – id. Julio de 2014), e Ismaíl U. Bykbaev (Shlemez, pueblo de Samara, en la región del Volga, septiembre de 1919 – Petropávlovsk, octubre de 2009).
Sofía e Ismaíl lucharon por su patria desde el puesto que les correspondió en esa guerra: Sofía, como enfermera, en uno de los equipos médicos que acompañaba en la retaguardia a los soldados, para prestar los primeros auxilios a los heridos; ella llegó a Berlín; Ismaíl, como mecánico de a bordo en un avión de combate, no estuvo hasta el final del conflicto, porque fue herido de gravedad en la cabeza por una esquirla de bomba, como consecuencia, permaneció dos años en una casa de salud y recuperó la memoria poco antes de su egreso de ese centro de atención médica.
Poco tiempo después, Ismmaíl se radicó en Petropávlovsk, ciudad en donde existía desde años atrás una importante comunidad del pueblo tártaro y conoció a quien sería su esposa, se enamoraron y se casaron. Sofía laboró en una institución pública e Ismaíl en una fábrica, en su condición de ingeniero. En vida, más de una ocasión fueron reconocidos por sus servicios a la patria. En este mes, cuando en Rusia y en todas las repúblicas que constituyeron la antigua URSS, se conmemora con fervor los 73 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando Sofía e Ismaíl ya no se encuentran entre nosotros, he considerado un emotivo y grato deber dedicarles estas breves notas.
Mis progenitores políticos descansan en paz, dejaron un ejemplo digno de continuar y sus nombres siempre serán recordados, a través de los tiempos, porque sirvieron a su patria, porque vivieron para amar y orientar, por el recto camino, a sus seres queridos; porque fueron ciudadanos cabales, dignos y sirvieron con dilección y pundonor a su patria, a sus conciudadanos.